Sobre los árboles de helado verde
la piruleta más dulce respira
como león de esperma goteante
cuyas orejas no cuadran en el cielo
ni en un trono celeste.
He tallado mi efigie
con temblor de perro y adarga de zombi,
catapultado por las ansias del suicidio
hacia el bolsillo brumoso del arcipreste.
Rajo las máscaras,
las abro y me adentro en ellas,
cayendo sobre un valle crepuscular,
donde un león verde devora el sol
hasta hacerlo sangrar.
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