Aún recuerdo tu pálido brazo
cuyo dulce zumo sangraba
gotas de sangre
sobre mis cerebrales con leche.
Fue aquel desayuno junto a la ventana,
cuando por primera vez la lluvia
me pareció un fantasma bañado en lágrimas.
Se ha ido apagando el deseo
como las vaginas se apagan a mi paso
con el parpadear del pensamiento.
A veces recuerdo
el calor de los labios vírgenes
y entonces los rizos de la sombra
tiemblan su llama ante el ocaso.
No somos tan diferentes
aunque ahora ambicionen enfrentarnos;
te han rodeado con las mismas cercas
hasta que las derribé para ti
y descubriste que la vida
es un tubo de ensayo.