DIOSA DE ARCE





Las colinas abren la boca
y tragan una mujer rubia
construida en la arboleda
cuya cabeza hecha de perejil
pertenece a mi esposa imaginaria
nacida del bíceps.
El cerebro de la escoba
sueña ser espantapájaros
con nariz de botón
entre lágrimas de serrín.
La mujer de chocolate
deseaba casarse conmigo,
pero sus campanas
no hipnotizaron mi obsesiva efigie
esculpida a los pies de la Diosa de Arce.
La noche es tan negra
que me he quitado las pestañas
para injertarlas en cada punta de estrella
e iluminar con su fuego
la sangre de un destino implacable.
Soy amigo de un sapo,
el ser con menos prisa que encontré
este año.