CANTATA DE AMOR 83





Un leve roce de fuego

y las mejillas ardiendo lentamente 

en mi habitación espermática

donde el vaho y el vidrio masturban la carne vencida 

derramando leche de estrellas sobre el horizonte.

Los escultores son troncos 

chispas de polvo en la lengua de la reina

sobre mi cabeza de pupitre y gorriones.

Abro mis labios y beso a Emma

construyendo un piano de piedra,

sintiendo el chubasco en su boca

al filo del labio.

Quedamente, diviso la bruma entre sus senos

proyectando un péndulo desconocido,

engendrando pájaros entre las hojas de mi ducha.

Entonces cae un relámpago,

una lágrima de mantequilla

y suena el eco verde de un reloj parado

en medio del bosque.


 

Todavía Me Golpeo Contra Las Farolas

 



Todavía me golpeo contra las farolas al mirar los pies de las chicas

cuando cruzo las tinieblas del poder con una máscara de barro

porque la tortura hace que los árboles tengan diecinueve años

y yo estoy fuera del ruedo pasados los cuarenta

sacudiéndome el deseo de morir

entre el silencio de los rostros

para no dejar al espejo crear monstruos 

y afilar la cabeza en la puerta de la serpiente

cuando la ceniza embadurna mi espalda ante el ocaso.

Emma prende su fuego en las olas de mis ojos,

su ciudad es infantil con la mano tendida tiernamente,

porque no sabe del Diablo y es más fuerte que la sombra.

Ella borra el frío y el calor cuando duermo

y alza la cabeza sobre el mar para declinar el sol.

Emma está en todo lo que hago y soy,

pero no sabe de mi existencia 

como yo nunca he pisado las flores incólumes

sobre los ojos abiertos de Dios.



LOS BARCOS SAGRADOS


Monte Cerca de Pinares Venecia (Foto; C.Sandre, 2020) 


Corría la guardia civil por la pared

en busca de los espantapájaros de la familia

antes de entrar en la oscuridad desconocida

apropiadora del lenguaje

bajo pilas de corbatas de atunes

con balas de morcilla en la persiana

para defender el aeródromo deshojado

por el vasto océano de los tiempos felices

y una coleta de hipocresía

tapando los campos de minas

por donde Jesús silba a los náufragos

sagrados del crepúsculo.

Felicísimos aquellos tiempos

cuando Emma brotaba rosas frescas

y cataratas perladas de piel

sobre mi cama de hojas de parra

para despertar del sueño

y mantener una conversación

sin tener que nombrar a Dios o al Diablo

como si las lágrimas de una mujer

fueran el río del caos y el orden

por donde navegar

siempre solo.