Todavía me golpeo contra las farolas al mirar los pies de las chicas
cuando cruzo las tinieblas del poder con una máscara de barro
porque la tortura hace que los árboles tengan diecinueve años
y yo estoy fuera del ruedo pasados los cuarenta
sacudiéndome el deseo de morir
entre el silencio de los rostros
para no dejar al espejo crear monstruos
y afilar la cabeza en la puerta de la serpiente
cuando la ceniza embadurna mi espalda ante el ocaso.
Emma prende su fuego en las olas de mis ojos,
su ciudad es infantil con la mano tendida tiernamente,
porque no sabe del Diablo y es más fuerte que la sombra.
Ella borra el frío y el calor cuando duermo
y alza la cabeza sobre el mar para declinar el sol.
Emma está en todo lo que hago y soy,
pero no sabe de mi existencia
como yo nunca he pisado las flores incólumes
sobre los ojos abiertos de Dios.
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