Ahora recuerdo la peluda casa de tus padres
y el río que atravesaba el despacho silvestre
junto al jardín disecado,
donde jugamos a ser niños
nadando contra corriente.
No hubo dolor en mis latidos,
ni palpitantes sonidos,
sólo crujientes cabelleras colgadas en la niebla
durmiendo la siesta ante tu huella humeante.
Luego me arrancaste el abismo,
tendido entre tus brazos musgosos,
mecido por el canto afrutado de los niños.
Ya no siento nada,
ni siquiera cuando te beso siento angelitos
en un vaso con olor a rosa.