Cae una compresa del cielo
aplastando sobre el escalón
a diez millones de muertos.
El suelo se deshace y crea un agujero
donde mi cerebro asado entre matojos
despliega música de organillo.
Vivo en un país adoctrinado
lleno de alas de mariposa
prendidas por los hijos del fuego.
Ya no me seducen
los ojos de gata soñadora
ni el mar de bronce palideciendo
ante el sacrificio de las torrijas del cielo.
La ladera se esmera en ser hombre
marioneta absorbida
clavando la corona de Cristo
en cada vena del universo.
Veo un ángel doblado en el tendedor
y a Aby con las piernas en los brazos
al otro lado del océano.