Corría la guardia civil por la pared
en busca de los espantapájaros de la familia
antes de entrar en la oscuridad desconocida
apropiadora del lenguaje
bajo pilas de corbatas de atunes
con balas de morcilla en la persiana
para defender el aeródromo deshojado
por el vasto océano de los tiempos felices
y una coleta de hipocresía
tapando los campos de minas
por donde Jesús silba a los náufragos
sagrados del crepúsculo.
Felicísimos aquellos tiempos
cuando Emma brotaba rosas frescas
y cataratas perladas de piel
sobre mi cama de hojas de parra
para despertar del sueño
y mantener una conversación
sin tener que nombrar a Dios o al Diablo
como si las lágrimas de una mujer
fueran el río del caos y el orden
por donde navegar
siempre solo.
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