Quien me espera está lejos borrando la noche,
secando los recuerdos de la infancia
entre los hilos tensos de una década envolvente
que tira de mí y me arrastra.
La espuma más exquisita cae del cielo,
calladamente como un acorde tímido,
sobre mi cornisa hecha de homúnculos.
El amor ya no vibra como antaño,
toda mi habitación es una cueva
con venas que afloran en su piel.
Los arcontes escriben sus mentiras,
mientras muero sobre la nieve de la cama
junto a un árbol envejecido.
Tal vez, por un momento,
sentí aquel narcótico amoroso,
aquella rosa de melancolia adormecida en el viento,
tan ridícula y sobada como el rito de un paisaje
que ya no reconozco.
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