La ONU, Aquelarre de Brujas

 


Se abre el suelo bajo mis zapatos y no encuentro uno de mis testículos

trotando por el laberinto en busca del jardín de nuestros padres,

sólo hallo a niños cercados por círculos de ceniza en los trasteros de la ONU

y a sus falos hacinados en las torvas del ministerio, sin posibilidad de retorno.

La ONU es un aquelarre de brujas y los perros lloran el aire triste de la ciudad,

gimiendo, suplicando mi ayuda, pero yo sólo contemplo corbatas y zapatos de tacón 

medrando por los pasillos fantasmagóricos en el misterio de las estructuras,

declinando los jardines en polvo a la ilusión.

Ellos erigen sus monumentos secretos y yo guardo el zapato de Annie Besant 

lleno de esperma frenético entre olor a cuartel y ramos de lirios.

Ellos ahogan la pequeña industria 

y no perdonan al minúsculo sol discordante que se nutre de cenizas bajo la nieve.

Estoy solo, junto a los perros, custodiando este féretro mojado por la lluvia,

mientras escucho los tambores que provienen del templo de las Naciones Unidas 

en su lánguido aquelarre de brujas.














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