LA BIBLIOTECA

 


La biblioteca es un santuario efervescente de vida, 

se alza ante mí como un templo cuyos muros silenciosos 

brotan sangre azul de unicornio.

Los libros se amontonan como torres gigantes

y el polvo flota en el aire formando un velo misterioso.

Los estudiantes van y vienen para algún día ordenar el mundo a su manera,

mientras otros permanecemos aquí, 

plantando nuestras raíces durante décadas.

El tractor se mueve lento pero imparable agostando metro a metro

y los personajes huyen de las páginas uniéndose a los vivos.

Aquí encontramos refugio

y aunque pase el tiempo, y el mundo cambie de dirección,

la biblioteca seguirá con sus vigías atrincherados.

Yo quiero robar el alma de aquellos que se llaman verruga 

y detener el tiempo, en un mundo que siempre avanza.

Tal vez sea una locura, pero en la biblioteca el tiempo se detiene

y si quieres robar el alma, debes buscar en cada estante 

donde el presente y el pasado se mezclan en la nada, 

venciendo el paso de los días y la vejez.

La biblioteca es un lugar de silencio,

del cual todos marchan tarde o temprano.

Pero yo siempre permanezco en la butaca junto al cristal,

con la lluvia empañando la mirada,

observando el mundo a través del vidrio,

como si fuera un espectáculo que no me pertenece.

La lluvia cae y borra el paisaje conocido

y los transeúntes apresurados se agitan

mientras yo permanezco en mi butaca, inmóvil y sin prisa.

Aquí no me siento solo, ni necesito que nadie me hable, 

sus silentes presencias me confortan 

con la unica relación social a la que aspiro.

Así que aunque todos marchen y la vida cambie sin cesar,

yo seguiré aquí, en mi butaca, junto al cristal.

Una vez hallé un libro viviente,

sus páginas temblaron y el techo se abrió

revelando un universo desconocido.

Los estantes se movieron 

y las letras se unieron creando un baile mágico.

La biblioteca cobró vida y nos envolvió.

Los estudiantes se transformaron en ratas royendo los abrigos,

mientras el caos reinaba y el tiempo se detenía

y las palabras ardían perdiéndose entre el humo y la destrucción.

Mas un sólo libro, raído y deshilachado, se salvó;

un ejemplar ochentero de Fragonard,

que la chica de gafas con lindos pies sostenía, 

mientras cabalgaba desnuda por la huerta de los ordenadores.

El sol brillaba sobre la hierba y ella galopaba con gracia,

pero un día su mirada se tornó triste 

y tras largos años, esperando unas palabras mías que nunca llegaron, 

abandonó el  jardín.

Y la Gran Ramera envió una pandemia y la biblioteca cerró por dos años.

Fue después cuando empecé a cruzármela en la calle,

paseando un cochecito de bebe junto a una señora mayor. 

El tiempo había avanzado para ella porque había abandonado el jardín 

y comprendiendo el misterio decidí regresar a la biblioteca

y el mundo entero pareció detenerse en la eternidad.

Regresé alli para estar solo en medio de todos

y cruzarme con los ciervos y sus miradas,

pero el alguacil, que apenas sabía leer, me dijo;

-"La chica de gafas, aunque estuviera prendada de ti, 

abandonó nuestro jardín y Dios la castigó.

Ella fue nuestra mejor doncella y te esperó durante años, 

pero tú la dejaste escapar con la serpiente.

Hijo mío, ahora has regresado a nuestro templo

y quizás ella tenga una vida, un hogar y una familia en el infierno.

Quédate con nosotros y busca tu lugar en el mundo,

cada libro es un bocadillo distinto,

esperando sobre los estantes llenos de ketchup".

La afeminada voz del alguacil 

me trajo el recuerdo de otra mujer madura y bella

 y esperanzado le pregunté;

-"Pero mi buen y analfabeto alguacil

¿dónde yace la pícara bibliotecaria pelirroja 

que mostraba desnudos sus talones sonrosados? 

Me gustaría hacer el amor con ella".

Pero el alguacil sentenció;

"Oh, permíteme decirte que eso no es posible,

pues la bibliotecaria es una persona respetable y honorable, 

cuyos cabellos han encanecido

y sus antaño prietas carnes se han ensanchado.

Ahora, sólo desea ordenar la sabiduría del templo. 

Debiste aprovechar la oportunidad 

cuando vuestra diferencia de edad no suponía una afrenta a la naturaleza 

y ella se sentía aún seductora y proclive a hermosas aventuras".

Una pena, pensé, 

porque dentro del zapato de la bibliotecaria pelirroja 

se escondía un mundo de criaturas diminutas.

Caminé por los pasillos de la biblioteca en silencio, 

con mi pipa de calavera,

observando a las bibliotecarias hechas de hojalata,

que recorrían los pasillos con pasos mecánicos

junto a los libros que solíamos compartir 

y ahora, lánguidamente, acumulaban polvo en las estanterías.

Los estudiantes se pasaban droga por debajo de las mesas,

mientras intentaban concentrarse en las páginas de sus apuntes.

A veces, tengo miedo de que un libro me muerda el culo

y poco a poco me convierta en él y mis huesos en hojas de papel.

Los estantes se alargan hacia el infinito,

como ramas de árboles que buscan el sol

y en la planta de arriba dormirán los ancianos empapelados con periódicos 

o los solitarios paranoicos 

socializando el perfume y la mirada sin hablar con nadie.

En la lejanía se oyen unos sordos tumultos,

gritos de guerra en las calles, identidades enfrentadas, 

dos serpientes custodiando el reino del Diablo 

en un juego de poder que no tiene fin.

Es mejor continuar aquí, en la biblioteca,

en la tranquilidad de la lectura,

indagando las respuestas y las dudas que unen el pasado y el futuro

en las páginas de los libros, para despedirse de todo lo vivido.

En la biblioteca solitaria,

ser hombre y despedirse del mundo,

un mundo que ya no conozco ni puedo comprender,

más allá del escenario de la mente, con la carne inventada 

a salvo de los cuerpos de la acera.



























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