La taza de café que desayuno
derrama los dientes de un piano con caries
y sus manos sienten la sonrisa del jabón
goteando el vino del astronauta
en este inmenso vacío que desafía nuestra percepción,
guardando siempre los ojos en los bolsillos,
caminando por el sótano con el pelo azul oliendo a melon
y aquellas ramas de lavanda que nunca ofrecí a Emma,
mientras jugaba con los niños corriendo hacia la nada.
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