LA MINA DE UN LÁPIZ COMIENZA A RESPIRAR



La mina de un lápiz comienza a respirar
en el culo de la funda de un monasterio
y son las cuatro y media y las gotas de lluvia
se condensan sobre las bragas de una goma Pelikan.
Estás muerta como la sal de una antigua loción,
dulce como el tambor de una moto en flor,
vino el gendarme a traer el sudor de tus pies de mujer.
Hay una cena misteriosa en medio de la niebla
y un grano en la ceja que se llama José.
Si se te ocurre estornudar la vena volará a Fidji
y esparcirá tu nombre cristalizado en coral.
Hoy es sábado de brisa y en medio del desierto
cavo mi propia tumba la tapo con tu párpado
no me escuchas no quieres escucharme
y por la nuca mentiré,
todos sois Danones todos sois manteles
hijo putas con corsé.

2 comentarios:

  1. La lluvia parece una buena aliada de la melancolía, los recuerdos se esparcen y difuminan en medio de un paisaje onírico; donde pervive recuerdos que todavía hiere la memoria.
    Un final contundente, como para desalojar la rabia contenida.
    Me ha gustado leerte, Cristián.
    Un abrazo.

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    1. Coincido en el poder evocador de la lluvia, en este caso las burbujitas del agua adheridas a la superficie de la goma de borrar colegial; algo me decía -y dice- que eso no concuerda, dos materias imposibles de unir y me crea una especie de áspera sinestesia y de ahí comencé a divagar versos...

      Encantado siempre de tenerte por aquí.
      Mi abrazo, Rosa.

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