La mina de
un lápiz comienza a respirar
en el culo
de la funda de un monasterio
y son las
cuatro y media y las gotas de lluvia
se
condensan sobre las bragas de una goma Pelikan.
Estás
muerta como la sal de una antigua loción,
dulce como
el tambor de una moto en flor,
vino el
gendarme a traer el sudor de tus pies de mujer.
Hay una
cena misteriosa en medio de la niebla
y un grano
en la ceja que se llama José.
Si se te ocurre
estornudar la vena volará a Fidji
y esparcirá
tu nombre cristalizado en coral.
Hoy es sábado
de brisa y en medio del desierto
cavo mi
propia tumba la tapo con tu párpado
no me
escuchas no quieres escucharme
y por la
nuca mentiré,
todos sois
Danones todos sois manteles
hijo putas
con corsé.
La lluvia parece una buena aliada de la melancolía, los recuerdos se esparcen y difuminan en medio de un paisaje onírico; donde pervive recuerdos que todavía hiere la memoria.
ResponderEliminarUn final contundente, como para desalojar la rabia contenida.
Me ha gustado leerte, Cristián.
Un abrazo.
Coincido en el poder evocador de la lluvia, en este caso las burbujitas del agua adheridas a la superficie de la goma de borrar colegial; algo me decía -y dice- que eso no concuerda, dos materias imposibles de unir y me crea una especie de áspera sinestesia y de ahí comencé a divagar versos...
EliminarEncantado siempre de tenerte por aquí.
Mi abrazo, Rosa.