La biblioteca eyacula soda efervescente
y sus libros se amontonan como torres gigantes
mientras el polvo flota en el aire formando un velo misterioso.
Los estudiantes van y vienen para algún día ordenar el mundo a su manera,
mientras otros permanecemos aquí,
plantando nuestras raíces durante décadas,
porque la biblioteca es un refugio donde el tiempo se detiene
y yo permanezco en la butaca junto al cristal,
con la lluvia empañando la mirada,
observando el mundo a través del vidrio,
como si fuera un espectáculo que no me pertenece.
La lluvia cae y borra el paisaje conocido.
Las silentes presencias que deambulan me confortan,
son la unica relación social a la que aspiro.
Una vez hallé un libro viviente,
raído y deshilachado;
un ejemplar ochentero de Fragonard,
que la chica de gafas con lindos pies sostenía,
mientras cabalgaba desnuda por la huerta de los ordenadores.
El sol brillaba sobre la hierba y ella galopaba con gracia,
pero un día su mirada se tornó triste
y tras largos años, esperando unas palabras mías que nunca llegaron,
abandonó el jardín.
Y la Gran Ramera envió una pandemia y la biblioteca cerró por dos años.
Fue después cuando empecé a cruzármela en la calle,
paseando un cochecito de bebe junto a una señora mayor.
El tiempo había avanzado para ella porque había abandonado el jardín
y comprendiendo el misterio decidí regresar a la biblioteca
y el mundo entero pareció detenerse en la eternidad.
Regresé alli para estar solo en medio de todos
y cruzarme con los ciervos y sus miradas,
pero el alguacil, que apenas sabía leer, me dijo;
-"La chica de gafas, aunque estuviera prendada de ti,
abandonó nuestro jardín y Dios la castigó.
Ella te esperó durante años
y tú la dejaste escapar con la serpiente.
Ahora has regresado a nuestro templo
y quizás ella tenga una vida, un hogar y una familia en el infierno.
La afeminada voz del alguacil
me trajo el recuerdo de otra mujer madura y bella
y esperanzado le pregunté;
-"Pero mi buen y analfabeto alguacil
¿dónde yace la pícara bibliotecaria pelirroja
que mostraba desnudos sus talones sonrosados?
Me gustaría hacer el amor con ella".
Pero el alguacil sentenció;
"Oh, permíteme decirte que eso no es posible,
pues la bibliotecaria es una persona respetable y honorable,
cuyos cabellos han encanecido
y sus antaño prietas carnes se han ensanchado.
Ahora, sólo desea ordenar la sabiduría del templo.
Debiste aprovechar la oportunidad
cuando vuestra diferencia de edad no suponía una afrenta a la naturaleza
y ella se sentía aún seductora y proclive a hermosas aventuras".
Una pena, pensé
y caminé por los pasillos de la biblioteca en silencio,
con mi pipa de calavera,
observando a las bibliotecarias hechas de hojalata,
que recorrían los pasillos con pasos mecánicos.
A veces, tengo miedo de que un libro me muerda el culo
y poco a poco me convierta en él y mis huesos en hojas de papel.
En la planta de arriba duermen ancianos empapelados con periódicos.
En la lejanía se oyen unos sordos tumultos,
gritos de guerra en las calles, identidades enfrentadas,
en un juego de poder que no tiene fin.
Es mejor continuar aquí, en la biblioteca,
en la tranquilidad de la lectura,
en las páginas de los libros, para despedirse de todo lo vivido.
En la biblioteca solitaria,
ser hombre y despedirse del mundo,
un mundo que ya no conozco ni puedo comprender,
a salvo de los cuerpos de la acera.