Recuerdo cuando en tu pecho desnudo
escribíamos un libro voraz e insaciable
y no conocías la soledad o los despojos
iluminando los bares y las tabernas
con tu cabeza refulgente coronada con hiedra y violetas
ahora ya perdida en un palacio lejano
llamándote desde un cajón
porque las espinas han crecido en tu lengua
y un caballo ha comenzado a envejecer en tu boca
apagando aquellos fuegos fatuos
cuando en la oscuridad se incendiaban los marfiles
arrebatándote la crema de la breva
y la flor abierta y tierna se fue cerrando como un buzo negro
petrificando cada célula de tu sangre
como una melodía gélida demasiado helada
para un niño como yo.