Un soplo de hielo
y nuestras máscaras se desencajan en el naufragio
quebrando nuestro pacto misterioso
advirtiendo en tus ojos un hueco silencioso
un débil garaje hecho de pañuelos
por donde pasan los coches saltando los muros
dejándote sola y turbulenta
con la fragancia de tu carne golpeando la puerta.
No habrá otro final que la tragedia
formando un abrigo de sangre
con tus piernas enroscadas como serpientes
con tus pies restregando mi boca mí nariz mis ojos
con tu cueva abierta
humedeciendo la luna tras el cristal.
Fuera, en la ventana, llueven manos
y crepitan las ramas.
No debiste enseñar en público
aquella foto en la silla, descalza y altiva.
Nuestro tiempo es limitado
como un inquieto huésped de la lluvia.